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 El Abuelo Augusto Clausen (1899-1985)

Adriana Isabel Pritz Clausen

Mis bisabuelos maternos llegaron a la Argentina aproximadamente en 1883 provenientes de Ernen, Cantón de Valais, Suiza. Venían huyendo de la hambruna que asolaba Europa a fines del siglo 19 y en busca de nuevos horizontes. A fin de favorecer la inmigración el gobierno argentino asignó a los recién llegados una parcela al norte de la actual avenida Aristóbulo del Valle; allí hicieron un refugio y  comenzaron a trabajar la tierra sentando las bases de su futuro hogar. 

La bisabuela Francisca tuvo numerosos hijos, entre ellos a mi abuelo Augusto Ramón, nacido el día de San Ramón Nonato en 1899. De pequeño, junto a sus hermanos, ayudaba a sus padres en las labores del campo, segar la maleza con guadaña, empuñar el arado y preparar la tierra para sembrar papas, cebollas, repollos y tomates,  quitar malas hierbas, podar árboles, tareas que se hacían llueva, truene o haya sol en invierno y verano. Pronto demostró otras habilidades, aprendió a leer y escribir y en sus horas libres siempre se lo encontraba leyendo todo aquello que caía en sus manos.

Sus padres lo inscribieron en el Colegio Jobson, acción que pagó con creces ya que se destacó en asignaturas humanísticas, Idiomas, Literatura, Geografía, Álgebra, Filosofía y sobre todo poseía el don de la escritura, cosechando medallas al mérito, además por su asistencia perfecta.

Cada día caminaba al amanecer desde su casa hacia el Colegio cercano a Bv. Galvez y volvía al atardecer para ayudar en las labores domésticas.

Siguiendo la ambición secreta de su madre de verlo convertido en sacerdote, se inscribió en el Seminario de Guadalupe, siendo su mejor amigo Miguel Genesio. Allí cosecharon estrechos vínculos que los mantendrían unidos hasta el fin de sus vidas.

Pero los caminos del Señor son inescrutables…un buen día conoció a una joven vecina, que lo cautivó con sus dulces maneras y sonrisa tímida.

Se enamoró perdidamente y aún sabiendo que le causaría un enorme dolor a su progenitora le comunicó que abandonaría el Seminario, buscaría un trabajo para poder casarse con su amada María y formar una familia.

Entró a trabajar en Ferrocarriles del Estado M.O.P. como Encargado de la Oficina de Reclamos y al tiempo de casados, con su esposa esperando el primer retoño, fueron trasladados a Lomas de Zamora en Buenos Aires. 

Su familia lo ayudaría mientras durase ese traslado, a construir su futuro hogar en calle Ayacucho al 600 en el barrio de Guadalupe.

Cuando regresaron a Guadalupe la familia ya tenía un niño y una niña recién nacida, mi madre María Isabel.

Con enorme esfuerzo y sacrificio levantaron las paredes de una casa, junto a la de su cuñado Bautista Brengio. Correspondía a la tipología denominada Casa del Gringo, una tira de habitaciones que se abrían a una galería que daba al este, cocina y un baño al fondo, con un patio donde plantaron un limonero y otras plantas frutales. Tampoco faltó un pequeño gallinero. Bautista les proporcionaba el agua que necesitaban ya que había instalado un molino.

La familia comenzó a crecer con la llegada de nuevos retoños. En su trabajo debió asumir nuevas responsabilidades al ser designado Jefe de su Sección, en los altos de la ex Estación Manuel Belgrano de FFCC de Santa Fe.

Fiel a su costumbre de levantarse al rayar el alba se acercaba a la Estación Guadalupe a esperar el tren que lo llevaría hasta la Estación donde estaban sus oficinas. En algunas ocasiones llevaba a sus hijos para que conocieran su lugar de trabajo. Con el paso de los años llegó la jubilación y como la familia era numerosa y el sueldo poco generoso, volvió al solar que había sido de sus padres retomando el trabajo en las quintas.

 Recuerdo esos atardeceres de verano cuando regresaba, siempre caminando, cargado de bolsas de verduras cosechadas por sus manos que María convertía en la más deliciosa sopa, premio al trabajo del día.

Esa inigualable sopa de verduras y avena nunca faltó en la mesa familiar. Al llegar la vejez y los achaques contaron con la atención del Hospital Ferroviario, sus hijas y nietas los cuidaron con esmero hasta el día en que partieron.

De profundas convicciones cristianas, devotos de la Virgen de Guadalupe, sus restos descansan a cuyos pies en el Cinerario de la Basílica de Guadalupe.

Aficionado a escribir poesías, Augusto nos dejó una gran cantidad de ellas a las que su hija puso música convirtiéndose en bellas canciones donde relata el amor por su tierra, su particular filosofía de vida y de su paso por este mundo.

 

Mi  Mundo

 

Encierra mi pecho un arcano

Profundo  abismo  de mar.

Fondearlo buscará en vano

Aquel que no sabe amar.


 

Es  tesoro  ignorado                      

El  que  encierra mi  mundo         

Extraviado  en  su  rumbo             

No  lo  halla  el hombre ya.            


 

Esa paz que yo siento                    

Que se anida en mi seno,             

Es estrella de aquel cielo            

Que el Eterno me dio.                    


 

De mi suerte al amparo                

Abrigando esperanzas                  

Vivirá la confianza                           

Mañana cual ayer.  

 

Si la bonanza impera

Si ruge la tormenta

igual vive y alienta

El fuego de mi fe .

 

Por las huellas de antaño

rumbeando van mis pasos

fatigas y trabajos

Curtieron ya mi ser.

 

Y al final de mi camino

Se irá con mi mundo

el último y profundo

latido de un amor.                                         


 

Augusto  Ramón Clausen  Erpen

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