Personería Jurídica Nº 790/11
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Integrante del Núcleo de Bibliotecas
Populares de la ciudad de Santa Fe
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La casa de los Massara - Cantarutti
Patricia G. Clott
Escribir estas palabras, sobre la casa que habitaron originariamente los esposos Massara-Cantarutti, a partir de 1905; en la que luego vivió la familia de Luis, uno de sus hijos, y en la que hoy tengo la dicha de ocupar con los míos, es mi humilde pretensión. En más de una ocasión y cuando digo donde se encuentra, Defensa al 7600, orgullosamente agrego que es una o la más antigua del barrio Guadalupe .
En el recuerdo de algunos ochentosos y/o un poco menos, suele, también, estar presente la nota periodística de “El Litoral”, que hace años mencionó su existencia, puso las miradas de muchos sobre ella, e hizo que quede en la memoria de aquellos, con gran sentido de pertenencia, como así también, de los defensores de la historia y preservación de la esencia barrial.
Hay detalles importantes para compartir sobre esta casona, que no puedo seguir citando, sin antes hablar de los que hicieron el esfuerzo de edificarla con sus propias manos y en la compañía de familiares y amigos. Así es que José Massara, inmigrante italiano, quedó encantado con Guadalupe, porque parecía poseer buenas tierras para sembrar. Él y su esposa, Catalina , construyeron su vivienda mientras pernoctaban debajo de un gran ombú y poblaban sus terrenos de verduras y hortalizas, para la alimentación de los propios y de vecinos, las que también vendían en un mercado, en el sur de la ciudad. A la par, la familia se incrementaba hasta llegar a diez hijos y hacer que su apellido no se perdiera por estos lares.
Este gringo agricultor, supo tener asimismo, una amplia participación junto a otros pobladores en la creación y/ o sostenimiento de instituciones religiosas y educativas de la zona. Su compañera de vida, llevó la titánica empresa de cuidar y acompañar a sus niños, de atender a todo pariente y/ o amigo de la colonia que presentara una enfermedad o necesitase ayuda para su recuperación. Ni hablar del hecho de recibir numerosas visitas para festejos de Navidad y de fin de año, para la celebración de la Virgen de Guadalupe, en carneadas o cosechas. También se dedicó a trasladar arena de la Laguna Setúbal en un carro, para la edificación de la Basílica de Nuestra Sra. de Guadalupe, inaugurada un 8 de mayo de 1910.
Cuando los referentes y demás miembros de este grupo partieron y /o tomaron otros rumbos, en la Casa Grande permaneció Luis, su mujer Purísima Tacca y su descendencia, Delia, Santiago y Blanca. Su primogénita, cuando se casó con Norberto Clott, mi padre, se afincó en una residencia a pocas cuadras. Santiago hizo lo propio cuando contrajo matrimonio, pero más adelante volvió a la misma con su señora. Blanca siempre convivió con sus padres y luego con su hermano viudo.
Mi abuelo Luis, desde su niñez hasta su final, fue también quintero, pero se ocupó mucho más del cultivo de flores, las que eran muy valoradas. Por motivos económicos y porque la fisonomía del barrio iba cambiando hacia lo residencial, los terrenos familiares se fueron reduciendo, pero siempre hubo un espacio para las plantas, ya sea para adornar o como medio de vida. Recuerdo fundamentalmente que era una persona muy querida; el ser jovial, amable y servicial era parte de su perfil.
Purísima era reconocida por sus sabrosas comidas, que en más de una oportunidad compartía. Así también por curar el empacho con una tiradita de cuero (alivio de las madres y terror de los niños) y los parásitos con mucho rezo en silencio, señales de la cruz y con bostezos, si era afirmativo el resultado. Se caracterizó por ocuparse esmeradamente de la casa, esposo e hijos y de todo familiar o allegado que necesitara una mano por enfermedad, maternidad, infancia y ancianidad. Cuando era más joven, fue además colaboradora en la quinta. Su imagen reflejaba una permanente disposición para con los suyos y los otros. Se mostraba seria y callada pero era dueña de una gran ternura.
Blanca se abocaba a las tareas domésticas y realizaba arreglos de ropa para afuera. Se destacó por la elaboración de ricas ensaimadas y decoradas tortas que engalanaron cumpleaños, casamientos y aniversarios familiares, como también de la comunidad. Igualmente fue empleada en un kiosco de golosinas y revistas perteneciente a la familia Gioria, ubicado en la plaza, frente a la Basílica; platea preferencial de muchas ediciones del festival folclórico. Se distinguía por ser ordenada, habilidosa, atenta y valorada por quienes la trataban.
Santiago se dedicó a trabajos en electricidad pero sobresalió como proyectista de películas en distintos cines de la ciudad de Santa Fe que ya no existen y que eran de los Karakatsanis. Mi padrino era un poquito rezongón, particularidad de esta familia como se suele decir, pero creo que no lo era tanto como quería demostrar. A su manera, también era solidario y gustaba, apoyado en el tapial de la casa, charlar con quien quería hacerlo; costumbre que se ve poco en esta vida aparentemente con menos tiempo y mayor inseguridad.
Retratar a Delia, otra habitante de este lugar, se dará en otra oportunidad porque tengo mucho para contar de mi amada y admirada madre y aún “se me pianta un lagrimón” de solo recordarla.
Desde estos lindos recuerdos, vuelvo al comienzo haciendo una pequeña reflexión acerca de la modesta y cálida casa que cobijó a estas entrañables personas y que se mantiene inexorablemente en pie, con su frondoso parral, frescas galerías , amplios ambientes y un misterioso sótano; fiel testimonio de una época pasada donde la sencillez y la solidez se destacaban al igual que el amor filial; donde el trabajo y el esfuerzo eran primordiales , y donde la cooperación y solidaridad eran también valores reconocidos en la comunidad. Hacer este ejercicio de recordar y encontrar similitudes entre la casona y quienes la albergaron, me llena de orgullo, me permite ser agradecida con mis antepasados y me alienta cotidianamente a asumir un compromiso con mi querido barrio de Guadalupe y sus habitantes.