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Retorno

Daniel Silber

Enredo verdades y no tanto. Mezclo desordenados relatos familiares, dispersos, escuchas de anécdotas hogareñas matizadas de olvidos o trasgresiones con un poco de imaginación basada en otros textos, leídos, enriquecidos y/u oídos por doquier.  

Moishe nació en una aldeíta esteparia de la vieja Rusia zarista; finalizando el s.XIX estudiaba para rabino. Con 18 o 19 años, temeroso de las persecuciones por ser judío, cansado de la miseria, empujado hacia una vida digna, emigró a América. Renegando de su verdadero nombre, tomó el de un familiar fallecido y partió secretamente. Abordó un barco en algún puerto del Mar Negro, desembarcando en 1905/6 en Buenos Aires –pudo ser Nueva York, San Pablo, Montevideo–. Ignorando “la castiya”, pasó algunos días en el Hotel de Inmigrantes. Siendo mano de obra barata, viajó en un vagón ganadero a un lejano rincón pampeano, cosechó unos meses día y noche, vivió en campamentos improvisados y aporreado por capataces, fue reenviado a Buenos Aires, sin dinero y con el lomo partido del trajín laboral y los palos. 

Supo de las colonias agrícolas judías entrerrianas y marchó. Conchabarse como peón rural de un colono ya instalado, para un casi rabino entendido en textos de Libros Sagrados, debió ser duro. Comprendiendo que todos los trabajos son dignos y honrosos, aprendió los oficios rurales.

Trajinando cuchillas, cruzando “entrerrianisher blotes” (barros entrerrianos) conoció a Tzisl, hija menor de un colono. Eran jóvenes; ¿se encontraron en el campo, en bailes de la biblioteca, ceremonias religiosas, el salón cooperativo? Se frecuentaron, atrajeron, enamoraron y casaron. Vivieron en una colonia, un pequeño caserío. Pero surgió un problema: él era obrero rural y ella hija (mujer y menor) de un colono –futuro propietario de tierras–, con hermanos mayores. Consecuente con las costumbres del momento, ella no era considerada para manejar el campo ni la herencia. Conclusión: partieron del lugar y arribaron a Santa Fe a mediados de los años ´20. 

Establecidos en un humilde conventillo del barrio Roma, comenzando los ´30, se mudaron a una modesta casita –bastante precaria, parte de material y parte de madera– de Pasaje Koch y Alberdi, pleno Guadalupe, cerca de Sportivo Guadalupe.

Viniendo de una vida campesina, no se asombraron del nuevo barrio: pocas viviendas, austeras y sencillas. Abundaban tambos y quintas trabajadas por gente simple, muchos de origen italiano, y otros criollos. Llamaron su atención los grandes naranjales de las quintas  –2 grandes lotes– del Seminario católico, extendidos desde la avenida General Paz hasta la playa de la Laguna, desde (hoy) Padre Genesio hasta Cassanello: 8-10 cuadras al este por otras tantas de norte/sur.

Creciendo, era un barrio lejano; viajar al centro llevaba unos 45 minutos, pero una crónica periodística auguraba un excelente futuro. Ya entonces quedaba claro que la Gral. Paz delimitaba dos Guadalupes diferentes: el oeste, popular y obrero; el este, mirando la Laguna Setúbal, residencial.

Criaron nueve hijos: Avrum, Menije, Jane, Feigue, Léie, Riszl, Usher, Mendl, Jaim mas Ñato, un perro bilingüe de raza incierta, obediente al castellano y al idish. Eran requetehumildes; los muchachitos libraban épicas peleas repartiendo naranjas y contando cuántos gajos correspondían a cada uno. 

Moishe era “cuéntenik”, vendedor ambulante de sábanas, manteles y ropa económica. “Cuéntenik” es una idishización de “cuenta”: golpeando casa por casa, ofrecía su mercadería a pagar en mensualidades. Llevaba las cuentas en una libretita o tarjeta donde anotaba la venta (quién y qué compraba, precios, plazos de pago), pasando al mes siguiente a cobrar la cuota. Donde había “compradores” deudores o atrasados en pagar, escribía en puertas o paredes de entrada en idish la palabra “clap” (clavo), advertencia para otros “cuénteniks”. Fundó un templo (recordando su pasado rabínico) en el barrio sur, donde concurría la judería más pobre y humilde.

Asociado a la “Cumperativa”, cooperativa de “cuénteniks” pomposamente llamada Sociedad Comercial Israelita (poseedora de un amplio salón y depósito céntricos) se emplearon tres hijas; la restante era administrativa del vespertino local. El mayor trabajaba en el puerto, donde contactó con compañeros de ideas revolucionarias, haciéndose militante comunista.

Tzisl fue ama de casa: cuidar al familión no era sencillo; probablemente mejorara los ingresos con alguna costura, aunque no hay constancia.

Los menores iban a la escuela N° 38 “Brigadier López”. Allí aprendieron el Martin Fierro y otras obras gauchescas, forma de integrarse culturalmente. En el camino los numerosos postes de luz eran mural propicio para escribir consignas antifascistas o revolucionarias; en tiempos de la Guerra Civil Española, esa pandilla, adoctrinada sabiamente por el hermano mayor, declaraba sus indeclinables adhesiones por la noble causa republicana antifranquista, a veces para fácil lectura y otras al revés, solo legibles para entendidos: LISTER –jefe del célebre 5° Regimiento, defensor madrileño del asedio moro-fascista-, se convertía en RETSIL o el mismísimo LENIN en NINEL. Esa agitación se trasladaba luego al patio escolar, donde los rusitos enfrentaban a chicos de padres italianos, simpatizantes del fascismo mussoliniano.

Finalizando los años ´30 se inauguraron el Prado Español y el Centro Gallego. Lugares destinados por la colectividad española al recreo, el Prado hoy sigue impresionando gratamente por su arboleda, su tremendo pórtico, el letrero de hierro forjado, las bellas y sólidas construcciones de tejas rojas y los espacios verdes, que causaban también gran impacto en aquel tiempo. Y especialmente, en la conciencia y sensibilidad infantiles, chicos con otra formación, absolutamente diferente, caracterizada por lo estrecho y frugal, tanto por tradiciones familiares y culturales, como por pobreza. Colarse en romerías y celebraciones para disfrutar de luces, guirnaldas, bailes, canciones, música, kisocos, juegos, buffet, galas, presencia de autoridades municipales y provinciales era inmensamente placentero, aunque no fueran más que meros y asombrados espectadores. Ver bajar de una limusina al gobernador Manucho Iriondo, de galera y bastón, y una numerosa concurrencia voceando “¡¡Viva el dotor!!” produjo innumerables conversaciones. 

Gran motivo festivo eran las peregrinaciones a la Basílica. Miles de personas generaban enorme ajetreo: carruajes, animales, vehículos de todo tipo, ómnibus y tranvías colmados de viajeros. La estación ferroviaria recibía convoyes continuamente, gringos de aquí y de allá que expresaban su devoción religiosa y la alegría del encuentro social. Familiares y amigos marchaban al santuario agradeciendo y rogando para después ir a los distintos puestos o a la cercana playa a disfrutar del momento. 

Hacia los ´40, casadas las hijas, partieron. Los varones trabajaban en cerealeras, la Municipalidad o la Compañía Eléctrica: la economía familiar mejoró. Muerto Moishe, esa casa paterna se dejó y fueron a Candioti, barrio obrero en expansión.

Posteriormente la casa de Guadalupe fue alquilada a jóvenes comunistas. Allí crearon un efímero y autogestivo –novedoso para la época– Centro Cultural denominado “El Koljós”, refiriéndose a la granja colectiva soviética. 

Pasado un siglo, dispersada la familia por el mundo, no todos nos conocemos. Aquella joven pareja surgida en las colonias judías, que leía difícilmente el castellano, estará orgullosa de su descendencia de buenas personas, que empezó en una sencilla y rústica casa –parte de material, parte de madera– en un rincón santafesino: Guadalupe.

 

Palabras finales: uno de sus hijos, Mendl –transcurrido el tiempo, sin explicación lógica– se deformó familiarmente en Mene hasta fallecer. Es Manuel, mi papá. 

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