El cruce

 Hernán R. Burgos

El auto avanzaba a gran velocidad en la ruta desierta y oscura. La noche de invierno se humedecía por una niebla espesa mezclada con llovizna. El conductor, un hombre joven, se esforzaba para distinguir el camino que parecía querer desaparecer entre las sombras. La mujer que lo acompañaba, inquieta, movía la cabeza continuamente mirando adelante y al costado en un gesto casi mecánico. Desde que salieron del parador de la ruta, donde habían cenado, intercambiaron muy pocas palabras. Sólo el ruido monótono del motor quebraba el silencio.

El tren sobre las vías semejaba una oruga gigantesca con un único ojo amarillo en la frente que producía un haz de luz empeñado en agujerear la bruma. Bruma negra que se aferraba a los rieles y a los pastos cercanos. El maquinista dijo al ayudante:                                                                                   

 - Echá carbón que necesito presión en la caldera para estar en el cruce a horario.  El golpe de la pala sobre la puerta del horno cargando el combustible se escuchó en la cabina por un largo rato.

La mujer seguía nerviosa e inquieta. El hombre, concentrado en el volante, trató de calmarla diciendo:                                                                

- Falta poco, ya casi veo el cruce y enseguida está el pueblo, allí pararemos.

En la locomotora, el foguista, cerró la puerta del horno y dejando la pala, gritó a su compañero:                                                                                                                                              

 - Estamos llegando al cruce y en horario.

El estruendo fue tremendo. La niebla mezclada con llovizna continuaba…