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Juegos de infancia dorada

María Teresa Reñé

Mi infancia pasó 

entre calles de tierra 

y arena de playa.

 

Guadalupe.

 

Tardes salvajes 

después de la escuela,

hasta la hora en que las madres, 

con la cena lista,

se paraban en el medio de la calle,

los brazos en jarra,

aullando al viento

los nombres de los hijos.

 

Más juegos que juguetes,

recuerdo algunos:

el scalextric, 

el tren con sus vías y estaciones y arbolitos diminutos,

juegos de mesa, para los días de lluvia.

Pelotas, muñecas. 

Jugar, 

siempre,

con el cuerpo,

a los empujones,

con la risa hasta babear.

Con el amigo

y la amiga sobre un tronco de árbol

fumando zarzaparrilla,

jugando a ser grandes.

Amigos.

Amigos.

Amigos.

Compartiendo a mi papá,

gordo y bonachón,

cuando lo veíamos aparecer con

su camisa y pantalón Ombú.

 

Con los años me di cuenta: 

cuando él jugaba con nosotros, 

reavivaba al niño que no había emigrado de sus entrañas.

Niño con cuerpo de hombre.

De infancia eterna.

Organizador de equipos de bombazos en carnaval.

Corridas, baldazos. 

La murga con sus carteles,

los disfraces, los cantitos

y las monedas guardadas en un tarro

para hacer la fiesta 

después de la octava

(que nunca se termine el carnaval). 

Las bicicletas a la tarde, 

tropel levantando polvareda 

hasta llegar a la plaza y

dejarlas tiradas en el pasto 

para subir a la hamaca,

colgarnos del pasamanos.

Mi infancia pasó, 

pero no me dejó.

Me tomó para siempre.

 

Mi infancia me constituye.

Es donde hoy me paro para hacer lo que hago,

mantenerme libre

y llena de energía.

Porque tuve

la libertad de correr en patas,

aunque me “piquen” las ortigas,

la alegría de entrar a la playa, sin palometas,

caminar y caminar hasta que el agua nos diera a la cintura

y encontrar a mi viejo,

sentado esperando

a que lo tapemos de arena mojada

hasta convertirlo en estatua

“Rey del mar en la laguna”

y cuando menos lo esperemos, 

se sumerja y salga como ballena,

para asustarnos 

again, 

again, 

again.

Salir del agua para que mi mamá 

nos abrace con la toalla gastada 

y abra el canasto con la merienda

arenada.

Seguir jugando en la vereda 

a la noche,

a los generitos, 

al policía y el ladrón,

a las escondidas…

 

No me dejó la infancia, 

ni sus juegos,

ni la amistad de la travesura compartida,

ni robar lo prohibido y comer a escondidas,

 

En la infancia dorada se aprende 

a dar la mano al más chico que no llega,

a compartir el chancletazo y la penitencia.

a saborear la naranja del vecino

y a limpiarse los mocos con el ruedo.

A vivir

entre yuyos, malvones y ortigas.

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