Personería Jurídica Nº 790/11
Reconocida por CONABIP y por el Ministerio de Cultura de la Provincia
Integrante del Núcleo de Bibliotecas
Populares de la ciudad de Santa Fe


La vía del Norte
Walter Lauría
Casi un descampado. Entre huertas y quintas se conjuga un sembradío y se entrelazan los aromas de la naturaleza con el canto de los diversos pájaros que de pronto se esparcen en un revuelo al escucharse el pitar del tren. Sí, allí en ese último apeadero: Guadalupe, solitario con su clásica construcción, un tanto pequeña, en ella la casa del jefe de Estación.
En frente, hacia la laguna, la escuela y un poco más allá, la quinta de los de Gainza, cuadra y algo más, el seminario.
Hacia el Suroeste cruzando la vía, la pensión de Doña Rosa. Único y muy austero parador para los parroquianos de aquella época; ocupando toda la esquina. De su ochava de ingreso con estaño, se desprendía aquel gran patio ilimitado sobre el campo y la larga galería con todos los cuartos. Una especie de casa del puestero junto con otras similares en la zona, muy de cuando en cuando.
Cuántas ilusiones descendieron en ese anden provenientes del norte, así como otras tantas que emprendieron el camino desde la Villa, “Designios del Señor”.
Entre tantas ilusiones, sueños y desventuras, una anécdota real de comienzos de los años 30:
- Señorita… Llegamos. Es Guadalupe, el primer toque de andén desde el interior, explica el guarda.
- Sí, es Guadalupe, hasta aquí llega su pasaje. Continúo dando a entender que debía bajarse.
La joven, asustada, descendió. Era una hermosa gringa grandota, alta de una larga trenza casi dorada como el trigal, ojos claros como el agua, muy jovencita, bien ataviada.
Sus piernas temblaban. Por primera vez había llegado a la ciudad.
Allí bajaron sus baúles, grandes, pesados. Ella se encontraba absorta, abrumada. Sus ojos enrojecidos aún enjugaban algunas lágrimas, se sentó desolada sobre uno de sus baúles como preguntándose qué voy a hacer. Sola, desconocida, con unos pocos pesos en la cartera.
Dejó en custodia sus baúles en la estación y caminó hacia la iglesia. La Virgen iluminó y mitigó su desesperanza.
Al transcurrir unas cuantas horas de su llegada, al momento del té, en la primera residencia en la cual paró, se animó a tocar. Era la más cercana a la Iglesia, de la primogénita hija de la Señora Marquesa del Castañar.
Una de las doncellas la atendió, ella preguntó por la señora de la casa.
- ¿Señora una chica pregunta por Ud. qué hago?
- Hazla pasar
Entró Juana con quien entabló un discreto diálogo.
- ¿De dónde venís?
- De Lehmann, necesito trabajo, no tengo donde vivir, no conozco a nadie y solo cuento con unos pocos pesos, sé leer, escribir. Hablo castellano y piamontés. Coser, bordar, cocinar, limpiar…, lo que sea.
La desazón de Juana era tan grande, que Doña Elimena lo advirtió.
- Pero muchacha tú, ¿no eres una empleada doméstica?
- Pero estoy en la calle, Señora, mis familiares me cargaron en el tren con mis cosas, hasta la primera estación de Santa Fe, advirtiéndome que no regrese jamás.
- ¿Pero quién, hija?
- Mi padre.
Y continuó llorando
- Tengo una pequeña niña Marthita, y estoy procurando una niñera. ¿Te animas?
- Y… sí.
- Tendrás un cuarto para ti. Contiguo al de las niñas y cuidarás de Martita, únicamente.
Y así fue. Mandaron traer sus baúles y Juana se afincó. Impecable en todo, modales, educación, etc.
Tanto fue que poco después la Sra. le dio el lugar de gobernanta de su personal. Y Marthita siempre se cobijaba en su regazo. Su segunda mamá.
Las otras empleadas advirtieron en la quietud de la noche los llantos de Juana.
Cierto día, Dña. Elimena notó que usaba faja en pleno verano, esto y algunos otros detalles no comentados hicieron que la llamara a su presencia.
En un tono de confianza y confidencia, Juana entró en llantos, etes y diretes se confiesa.
- Sra. mis padres son gente de bien en mi pueblo la descarriada fui yo, estoy encinta. Esa es la razón de mi desventura.
- Discúlpeme si usted considera que le he ocultado la verdad y debo irme, así lo haré.
Dña. Elimena muy consternada fue a hablar con su esposo a efectos de tomar una decisión. Con toda la intención de ofrecer su mejor ayuda a Juana. Al menos hasta el parto. Su esposo coincidió con esta medida, aclarando que luego del parto se tomaría otra decisión.
Juana fue asistida temporal y espiritualmente durante todo su embarazo, hasta el momento del parto.
Asistida por la partera de la familia y el auxilio de la religión, dio a luz un hermoso niño de cabellos dorados y ojos celestes.
Dña. Elimena tenía para ese entonces solo dos hijas mujeres Beba y Marthita que apenas llegaba al año. Sugirió a su esposo el tomar al niño recién nacido en adopción, pero este se negó rotundamente dado que sus dos hijas eran mujeres y el niño varón que tendría muy poca diferencia de edad, y que en un futuro no muy lejano, la adolescencia podría tornarse una situación delicada.
Fue entonces que al cabo de un tiempo y lactancia considerable y con el consentimiento de Juana, quien creía ver en el niño reflejada su desdicha, y dada la relación social y benéfica hacia la casa cuna, el niño fue entregado en custodia.
Dña. Elimena, quien era una mujer de firmes decisiones, convicciones y de una profunda fe, no estaba tan conforme con tal acuerdo. Razón por la cual decidió tomar acciones, y en concordancia con su cuñado radicado en Rosario y la anuencia de los responsables de la institución. Teniendo el niño cerca de dos años. Dña. Elimena en su coche, con la única compañía de su chofer una mañana buscó a la criatura del hogar. Él asustado pues no conocía la calle, tampoco sabía lo que era un automóvil. Vestido con el uniforme de orfanato, muy limpio surcido, desgastado y hasta de otro talle, salió con Dña Elimena. Al cabo de un rato de paseo y con algunos dulces y juguetes, cosas extrañas para él, se calmó. Ella lo llevó a la tienda Gath & Chaves, donde se transformó en un hermoso niño de punta en blanco.
Al salir emprendieron el largo viaje a Rosario, siendo esperados por su cuñado y una pareja de la sociedad, ambos eslavos, rubios y de ojos claros. Los que no podían tener descendencia. “La gracia de Dios tocó nuevamente a esta criatura”, quien pasó a formar parte de una hermosa familia quien lo cobijó y lo amo.
A su regreso Dña. Elimena cuenta a Juana lo acontecido, a lo que allá responde, prefería olvidar el pasado, cuestión que fue respetada.
Continuó con sus tareas y se abocó a la crianza de Marthita, de una forma tan especial que en oportunidades parecía ser su hija.
Transcurrieron los años y al tiempo de desposarse Marthita, Juana decidió irse a vivir sola, a una casa de retiro. Lo que materializó con la ayuda de las relaciones y el apoyo económico de sus patrones.
Juana cumplía años el 4 de octubre, día del camino. Qué paradoja, un camino que la arrojó de su casa y el mismo que fallecida recorre regresando a su terruño.
Sus padres habían fallecido y sus hermanos reciben el cuerpo al cual velan en la casa familiar, frente a la plaza principal con todas las honras, pasando por la iglesia, oficiando con misa de cuerpo presente. “Los honores del olvido”.
Al concluir las exequias y al estar Martha presente en el recibo de pésame para confusión de los familiares, una de las cuñadas, ya que ninguno de los hermanos se animó, se acercó a Martha y preguntó aquella duda, de ellos y el pueblo.
Disculpe. ¿Usted es la hija de Juana?
- ¿Ahora quieren saber? La respuesta es sí, pero no. El hijo de Juana fue un varón, idéntico a ustedes, su familia, unos meses menor que yo, no vive en Santa Fe, pero les puedo decir que es un renombrado médico, que hasta hoy en día tiene sus padres y su otra historia. Por favor no me pregunten más, pues si Juana no quería saber nada, ustedes tampoco.
Solo, soy la hija de los patrones…
Y su hija del corazón.
