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Los gallos y el tren

Hugo Daniel Roldán
 

El tiempo es dueño de la fabulosa y única máquina de transformar. El tiempo y su máquina, modifican paisajes, modos, costumbres, creencias, sin embargo, ante lo infalible de lo inexorable, se nos dio la memoria, es decir la llave para abrir el cofre nebuloso que guarda todo aquello que el tiempo transformó y presumidamente hizo desaparecer.

Hay que acceder a él como a un templo, discretos, silenciosos, en puntillas, porque en ese cofre habita erguida y majestuosa la palmera del frente de la basílica. Mas aquí, en la esquina oeste de General Paz y Javier de la Rosa, está el carrito con verduritas de Perico que veía doblar hacia el sur el ómnibus ocho marca MAN.

Los hechos parecen transcurrir en cámara lenta, tanto empeño puso la máquina del tiempo en hacer desaparecer aconteceres y cosas que los colores aparecen apagados, como el cigarro YACARÉ, que sostenía, eternamente, el hombre que se dedicaba a perforar pozos de agua y guardaba sus herramientas justo al lado de la Vecinal.

La bruma de la memoria de pronto se disipa y allí están como pintados en el patio lindero a las vías, algunos en jaulones de madera, otros con una pata ceñida a una cuerda fija a una estaca.

Todos atentos, vigilantes siempre en guardia, seres singulares, difíciles de amedrentar y sorprender. Allí están sus figuras espigadas, nacieron, crecieron y partieron a la lucha los gallos de riña de Don Alejandro. Siempre en la orilla de las vías entre la estación GUADALUPE y Javier de la Rosa. Junto a la casa-vagón, que habitaba con su familia el cambista del Ferrocarril Belgrano, prosperaban nidadas de futuros guerreros. Un frondoso ombú daba cobijo a todos los habitantes de la casa.

Tal vez uno, en su afán de memorioso, todavía hoy pueda ver en ese predio a Don Alejandro, del que guardará más datos, sentado en una silla bajita, elegir grano por grano de maíz, para alimentar a sus pupilos, salir de la casa-vagón con una botella de alcohol con ruda, para friccionar los muslos de un pollo joven, preparar el elástico de cama vieja para que un batarás salte y entrene sus reflejos.

 Si hasta me parece ver que ayer, después que pasó el tren local rumbo a Paiva, a las cinco, al gallero correr con un plumero, a un giro, para que trote en torno a la casa y después acondicionar fundas de picos y púas. Yo los he visto, siempre al costado de las vías.

Yo he visto los gallos de Don  Alejandro nacer, crecer, luchar y desaparecer con el último pasajero Cinta de Plata, el último tren de carga, el último local a Paiva.

El tiempo trajo su máquina de transformar y guardó todo en el brumoso baúl de la memoria.

Eso sí, le advierto al tiempo que hay cosas que no podrá borrar, ni transformar, ni herir, mientras perdura nuestra memoria.

 

“…porque no hubo ni habrá 

belleza más extravagante, 

siempre alertas y vigilantes

paso firme y audaz.

Valientes para la guerra.

Decididos para amar.

Sus destinos siempre serán 

Cantarle a la madrugada

Y sus crestas engalladas

Tienen sangre de calvario,

Por eso no hubo ni habrá 

en el pago como los gallos

 de Don Alejandro…”

Nota del autor: Gallo Giro, gallo de pelea de color oscuro, plumas de cuello y alas amarillas, en ocasiones plateadas. Temperamento nervioso, agresivo, valiente.

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