Personería Jurídica Nº 790/11
Reconocida por CONABIP y por el Ministerio de Cultura de la Provincia
Integrante del Núcleo de Bibliotecas
Populares de la ciudad de Santa Fe
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Personaje
Hernán R. Burgos
Don Anselmo era el jefe de la estación del pueblo. Caminaba por el andén vestido con su pantalón gris oscuro y chaqueta del mismo color con botones plateados. Con gorra de visera y la palabra JEFE bordada en hilos dorados. Con su enorme reloj de bolsillo con cadena y con la mirada vigilante perdida en la inmensidad de los rieles. Parecía el capitán de un barco que desafiaba orgulloso la furia del mar.
Sin mirar planilla alguna sabía de memoria el horario de todos los trenes que pasaban por la estación. El movimiento comenzaba a las 4:25 con el tren lechero que, paraba en todos los pueblos y recolectaba la producción de los tambos de la zona. Luego el tren de las 7:15 que cargaba y descargaba mercaderías en general. Después, el de pasajeros de las 11:45 del que descendían viajeros que regresaban de la ciudad capital. Por la tarde el petrolero de las 17:50 compuesto por vagones tanque que, con su marcha lenta, pasaba de largo. pero la estrella principal era el rápido de las 20:40 que solo se detenía cinco minutos y que con sus luces, colorido y confort concentraba la atención de los vecinos que cada noche se daban cita en la estación para admirarlo. Era en esos momentos en que don Anselmo -a quien nadie llamaba por su nombre, sino simplemente “jefe”- desplegaba con todo orgullo los atributos de su cargo.
Cuando por el telégrafo le comunicaban desde la otra estación que había partido el rápido, hacía sonar la campana de bronce -que engalanaba el frente de su oficina- con tres toques enérgicos; esto anunciaba que el tren llegaría en pocos minutos. Al divisar su luz en la distancia controlaba que las señales estuvieran correctas dándole vía libre. En el momento en que la locomotora se detenía resoplando en el andén, se acercaba al furgón de cola, descendía el guarda, conversaban animadamente y se pasaban las novedades del servicio.
Al sonar el silbato de la locomotora avisando que partía nuevamente, acompañaba su marcha y caminaba por el andén hasta que sus luces rojas se perdían en el horizonte. Entonces regresaba a su oficina con el aire fatigado de un caballero que regresa a su castillo después de ganar una batalla.
Así lo vieron mis ojos de niño hace mucho tiempo.