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Tren en la noche

Ana María Paris

Quisiera recordar el tren, que hace muchos años, pasaba a medianoche, a escasas cuadras de mi casa. Como un fantasma enloquecido, recorría las vías mientras todo el mundo dormía y quizás,  con suerte,  disfrutando lindos sueños. Su movimiento, lograba despertarme,  como si estuviera a pocos metros de mi cama.

Entonces,  trataba de imaginar quiénes viajaban en ese momento y adónde irían y, después de llegar a la estación, cuál sería su destino, y si alguien los estaría esperando.

 El sonido me producía un sentimiento extraño, mezcla de ansiedad y cierta angustia, como si me faltara saber alguna verdad sobre lo que acababa de pasar.  Mientras la máquina se deslizaba a toda velocidad,  me parecía más un ser vivo con grandes fauces, portador de  algún mensaje, algún quejido y no un montón de hierros, que tenía la fuerza suficiente, para crear en mí una atmósfera ajena a la realidad. Preguntas que me hacía y que no tenían sentido ni respuesta.

Hice un ejercicio de memoria para poder rearmar,  en detalle,  ese momento en que el sonido de la campanilla anunciaba su paso, custodiado por barreras  envejecidas  y un señor de gris agitando un farolito que  alertaba a la gente  para que permaneciera alejada  de ese cuerpo oscuro, que,  en su marcha excluía a quienes necesitaban cruzar por el camino.

 Y después, los gigantes brazos de madera volvían  a su posición anterior permitiendo entonces el pase a la gente, bicicletas, autos y/o  camiones, que estaban esperando.

De día, la sensación era diferente, rodeado de luz, al tren se lo distinguía de lejos haciendo que su presencia fuera previsible, pero en la noche, parte de sus contornos se confundía en la oscuridad, y no era tan fácil descubrir cuán próximo estaba.

Lo que tengo grabado en mis recuerdos es la marcha de las ruedas sobre los rieles, los grandes faros que lo iluminaban, el pito como un grito desgarrador rompiendo el silencio, el temblor que producía el paso de  la máquina y los oscuros vagones que lo acompañaban,  donde  las luces de las ventanillas, descubrían a lo lejos, el perfil de algunos viajeros.  Todo duraba poco tiempo y al finalizar el recorrido por el  paso nivel,  no quedaba ningún vestigio, sólo una sensación de vacío envolvente, en la solitaria quietud  de la noche  y un poco de humo,  que enseguida  desaparecía en el aire. 

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