Ana escribe
Ana reside en Guadalupe y tiene un camino recorrido en esto de “hacer palabras” para transitar mejor la vida.
Se graduó de Tallerista en varias oportunidades y hoy integra el grupo de la biblioteca, narrando historias que se debaten entre la razón y la emoción:
¡Silencio!
La noticia cayó como una bomba; su onda expansiva me atrapó en un túnel de silencio: ¡lóbrego, pegajoso, impenetrable! Un silencio que podía tocar, me traspasaba, me dolía, se apoderaba de mis sentidos. Para no aturdirme, abrí muy grande la boca hasta que resentí mi mandíbula.
Entonces… la vida gritó dentro de mí. Por la boca abierta se expandió su grito, se ensanchó… sus decibeles rasgaron el silencio y poco a poco, regresó la paz.
El héroe
La luna se encarama lentamente sobre los cerros tranquilos en el valle, duermen los ecos a los lejos, suena un cencerro… casi es tangible esta atmósfera diáfana…
Han pasado muchos años, pero todo está como entonces en mi pueblo…
Traigo a mí, hoy, aquella noche de ayer en que yo era casi un niño. Sentado aquí mismo, miraba esta misma luna y cerca mío rumiaban las vacas. Yo temblaba de miedo, de impotencia y juventud. Después de cenar, mi padre había dicho:
“Ya tienes catorce años muchacho. Los hijos de nuestros vecinos se han alistado a las tropas y hoy son héroes, dando orgullo a su padre, mientras tú andas por todas partes, con esos libros que no te sirven para nada. ¡Quiero que los tires!, ¡Los quemes! ¡Y seas un hombre!”
Mi madre quiso decir algo, pero con un ademán aplastó ese conato de valentía. Salí de la cocina, cabizbajo y me senté aquí, como hoy, pero fue ayer…Aquí se atropellaron los sentimientos en mi pecho, en mi cabeza, los pensamientos se agolparon y las ideas pugnaron por ser la mejor: una vaca acostada a mi lado me miró intensamente, con esos ojos tan nobles y mansos. La acaricié. “No sirve ser tan manso”, le dije y tomé la decisión y esa noche me marché de casa…
El camino fue largo y duro. Pero seguí. Tropecé, caí, pero siempre me levanté y seguí adelante. Trabajé duro. Los libros siempre me acompañaron… ¡Qué paz y cuánto orgullo cuando recibí mi diploma de médico…
Otra vez, el camino se abre ante mí. Me fue bien, me esmeré por ser de los mejores y lo conseguí. Hoy he vuelto al pueblo a ver a mi padre que dijo perder su honra cuando me marché.
He vuelto a traerle mis logros, con mucha honra y a contarle que cada vez que salvo una vida, yo también soy un héroe.
El libro mío
Hace tiempo que trato de reunir el dinero para comprar un antiguo mueble pequeño, muy bello, con finos detalles de ebanistería. Pienso instalar en él mis pocos libros para tener mi biblioteca. Creo que ejerce en mí cierto embrujo que me tiene pensando en él, a cada instante.
Por fin una mañana, reunido el dinero, voy a comprarlo.
El dueño del negocio me recibe con un “¡Hola!, sabía que regresarías por el mueble, te lo reservé y allí está esperándote”.
Pero, ¿cómo sabe? Hace bastante tiempo le pregunté cuánto costaba y eso fue todo…
Cerrado el trato, sonriente me dice: “Yo se lo llevo a su casa, ¡que lo disfrute!
Ya lo tengo, ¡es realmente hermoso! Mis dedos lo recorren, lo admiran, pero me apena verlo así, tan digno, pero quietito y polvoriento; cuidadosamente comienzo a limpiarlo. Percibo que se desprende de él un aroma que me transporta no sé dónde…no puedo precisarlo.
Es un suave aroma de tabaco que se apodera de mis sentidos… En mi mente, ramalazos de recuerdos se precipitan, finas manos varoniles sostienen un libro, ¡un libro! ¡¿Dónde lo he visto?! ¡Acá!, en el estante del mueble y está limpio, sin polvo sobre él. Lo tomo emocionada y confusa, otra vez el aroma a tabaco…Borrosa, una cara, una nítida boca en la que perfectos dientes muy blancos sostienen una pipa. La pequeña brasa roja se enciende, me mira… Transcurre una hora leyendo y pensando. Sobre mi regazo descansa el libro. ¿Libro o diario? Curiosamente la tinta luce como recién escrita, pero una fecha al margen me cuenta que su autor hace ya más de cien años que ha partido.
“Amada mía”, leo, ¡Cuánto tiempo hace que te extraño! Tus ojos preciosos infinitamente me miran. Tu pelo castaño entre nubes, juega a ondular. Quiero volver a besar ese lunar que sonríe junto a tu boca. Te dejo esta fotografía por si te has olvidado de mí. Yo me voy, aferrado a la eterna esperanza de que en otras vidas volvamos a encontrarnos”.
¡Dios mío! Mi pelo es castaño, tengo un lunar cerca de mi boca y escucho una voz que susurra en mi oído…”Tus ojos preciosos”.
Tiemblan mis manos, tiembla mi cuerpo todo ante este inconmensurable mensaje. Cierro el libro, siento que regreso de un viaje que nunca hice.
Tengo el mueble, el pequeño libro, la fotografía…Ahora mi anhelo será encontrar a ese hombre que seguro me espera en alguna calle de esta vida o, tal vez, ¡yo! deba cruzar el umbral.
Compartimento C, Coche 193. Pintura de Edward Hooper